SÓLO ESTÁ DESCANSANDO
Cuando supe la noticia llamé al mi maestro, Víctor Castro. Tenía que contarle, hablar con él para dolerme, para decirle de la tristeza que me provoca la muerte de Eugenio Montejo. No lo conocí, pero lo descubrí; El Maestro Castro me enseñó el camino hacia el ensayo y la poesía de Montejo.
Dicen que su voz era suave y elegante, yo sólo escuché su voz poética, su voz desde el blanco taller de su infancia, del taller donde su padre hacía pan, donde las mesas, la harina, los objetos tenían sensaciones y memoria, donde las palabras palpitaban y cobijaban el vacío.
En la poesía de Montejo canta la voz del ave y del gallo como gritos de libertad con un nuevo lenguaje. El árbol, la casa, la piedra, universo poético creado por el poeta para poner a salvo el amor, el silencio.
Eugenio Montejo, aprendió a amasar las palabras como al pan, y luego llevarlas al horno en el momento preciso. Decía que los panaderos aunque eran casi analfabetos le enseñaron mucho como escritor porque el hecho de amasar el pan y guardarlo bajo un lienzo para que levante antes de meterlo al horno es un procedimiento que debe usarse al escribir, y por eso, cuando se hace un poema es mejor no publicarlo de inmediato sino guardarlo un tiempo a ver si crece.
Eugenio siempre trabajó por las noches porque así lo aprendió de su padre, porque le gustaba el silencio de la nocturnidad en su desvelada labor de poeta, y porque asumía su trabajo con la estoica responsabilidad de un panadero.
Para los lectores de su obra la muerte de Montejo es una mutilación, sin embargo vive en cada uno de sus poemas en su lenguaje luminoso, sus metáforas sorprendentes, en la belleza y pulcritud de su prosa. Su ausencia me conduce a la inquietud de conocer toda su producción literaria.
Leí de Bárbara Salomón que cuando alguien muere no lloramos por su muerte sino por aquello de nosotros que muere con él, sin embargo aquí están sus letras para volver a leerlo, para revivirlo. Además, Víctor Castro me llenó de consuelo al decir que los poetas no mueren, están descansando.
Esther Alvarado
Junio, 2008
Periódico La Jornada, México: "Murió el poeta Eugenio Montejo"
Caracas, 6 de junio. “Dura menos un hombre que una vela/ pero la tierra prefiere su lumbre/ para seguir el paso de los astros”, escribió en Muerte y memoria el poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo, quien falleció a los 70 años de edad en su país natal.
Montejo, referente de la poesía latinoamericana contemporánea y ganador del Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz 2004, nació en Caracas en 1938 y desde la semana pasada se encontraba en una clínica en la ciudad de Valencia, debido a un cáncer de estómago, informaron medios locales.
Durante una visita que el escritor realizó a México, para asistir a la entrega del premio que lleva el nombre del Nobel mexicano, advirtió que la poesía vive un eclipse, pero que los eclipses siempre son pasajeros. En aquel año, el jurado justificó así la concesión del galardón: “En estos tiempos cuando todo conspira para aumentar la desarmonía del mundo, el poeta nos recuerda que hay que volver a los dioses profundos y que ‘la música del ser es disonante pero la vida continúa’ .”
Entre sus libros de poesía destacan Elegos, Adiós al siglo XX, Partitura de la cigarra y Papiros amorosos.
Montejo también fue autor de las colecciones de ensayos La ventana oblicua, El taller blanco y El cuaderno de Blas Coll. También fue embajador en Portugal, donde se especializó en la obra de Fernando Pessoa.
Eugenio Montejo: para la eternidad
Si vuelvo alguna vez
será por el canto de los pájaros.
No por los árboles que han de partir conmigo
o irán después a visitarme en el otoño,
ni por los ríos que, bajo tierra,
siguen hablándonos con sus voces más nítidas.
Si al fin regreso corpóreo o incorpóreo,
levitando en mi mismo,
aunque ya nada logre oír en la desde la ausencia,
sé que mi voz se hallará al lado de sus coros
y volveré, si he de volver, por ellos;
lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse,
habitaré el más inocente de sus cantos.
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La poesía es un melodioso ajedrez
que jugamos con Dios en solitario"
Eugenio Montejo.
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CANCIÓN
Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.
Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.
Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.
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AMANTES
Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.
Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.
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La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.